El 2 de agosto dejé el coche en el garaje. Estaba desierto.
Al llegar al portal, abrí la puerta y maldije una nueva avería en el
ascensor, tan bonito y antiguo como poco práctico. Vivo en un sexto piso
de un edificio de siete plantas, así que emprendí la escalada
resignado. En el tercero, di una patada a algo, encendí la luz del
rellano y vi un enorme manojo de llaves.
Es pleno verano, Madrid está vacío y hay un periodista que
tiene tiempo y ganas de curiosear. Las llaves están hechas para abrir
puertas, buzones, coches, sueños. Y vidas ajenas. Aun así, lo que menos
se imagina es que se va a encontrar con una historia de amor y con una
misteriosa muerte que se verá inevitablemente abocado a investigar. La
vida de los otros puede resultar sorprendente.
Enlace: un año sin verano
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